Fuyu ni saita
Capítulo 2 alternativo
Y ocurrió algo sorprendente: ella se acercó a él, echándole
los brazos al cuello, y lo besó con timidez, intentado encender de nuevo la
llama que la había quemado. En un último momento de claridad, Ranma se preguntó
si ella lo hacía porque lo deseaba, o porque formaba parte de las maquinaciones
que había urdido en el tren, y descubrió que no le importaba. En ese instante,
la lógica y la cordura habían sido lanzadas a un lado para dejar espacio a la
pasión desenfrenada, a los actos más desinhibidos entre un hombre y una mujer.
La envolvió otra vez, enredando una mano de nuevo entre su
sedoso cabello trenzado, soltándolo y dejándolo libre, mientras con la otra
deshacía el nudo de la bata, tal y como lo había deseado toda la noche. Ella
protestó al sentir desaparecer la capa de abrigadora tela, pero él acalló sus
protestas besándola con intensidad. El cuerpo de ella se movió contra él,
desesperado, el fino camisón hacía que Ranma pudiera apreciar cada curva y
elevación en el cuerpo de ella. Los pezones se le habían endurecido y rogaban
por sus manos. La alzó en vilo, hundiéndose todavía más en su boca, saboreando
cada rincón y absorbiendo cada cálido suspiro. Qué maravillosa era, inocente y
apasionada al mismo tiempo.
Cuando la dejó sobre la alfombra frente al fuego, se sacó su
propia ropa a manotazos. Ella esperaba con los labios entreabiertos y una
mirada indescifrable y oscura. Dejó escapar un jadeo involuntario cuando lo vio
completamente desnudo, con el miembro enhiesto y preparado para ella. Él la
besó de nuevo, arrodillado junto a su cuerpo, borrando hasta el último
fragmento de temor que tuviera. En un solo movimiento rasgó el camisón con sus
propias manos, y le quitó de encima la tela inservible. Ella era tan hermosa
como la había imaginado, de senos generosos, cintura estrecha y caderas firmes.
Su piel era suave y olía a flores, descubrió al colocarse sobre ella.
Aunque Akane elevó las caderas casi por impulso, él no le
dio el gusto. La besó con lentitud mientras la acariciaba en el vértice de sus
piernas, hasta que ella se retorció y jadeó, y él percibió la exquisita humedad
entre los dedos. Entonces la miró a los ojos mientras la penetraba en un solo
movimiento, conteniendo su fuerza. Deseaba ver en sus ojos lo que sentía. Ella
arrugó un poco la frente por la súbita invasión y apretó los labios. Ranma
descansó su frente en la de ella por unos segundos. Hubiera deseado consolarla
de alguna manera, pero solo podía esperar, moderarse para no lastimarla más y
prometerle, entre susurros, que luego sería mejor, mucho mejor, que él se
encargaría de eso.
Se encajó un poco más en ella y Akane se aferró a él,
clavándole las uñas en la espalda.
—Ranma —susurró. Tan bajo que él creyó haberlo imaginado.
Esa fue la señal para que ya no se contuviera, y comenzó a
moverse despacio, aumentando el ritmo al notar que ella se le unía sin mostrar
ninguna reserva. Ella era dulce y cálida, más de lo que soñó en sus alocadas
fantasías, y se entregaba a la pasión sin guardarse nada, sin egoísmos o
engaños. Alcanzó pronto la cúspide máxima de su placer y rogó porque ella
pudiera sentir también aquella sacudida en el cuerpo y en el corazón, el
torbellino de gozo en el vientre y en la cabeza. Respiró agitado encima de
ella, mientras Akane murmuraba su nombre antes de dejar caer la espalda en la
alfombra.
.
.
.
Pasó unos minutos en duermevela. Ella se había dormido del
todo y descansaba de costado vuelta hacia él, que podía apreciar la curva de su
cadera y la hendidura de su cintura, y deleitarse con el largo cabello negro que
le caía encima de los senos. Apoyándose en un codo, dejó que sus ojos vagaran
por todo el cuerpo femenino, sin censurarse por el decoro o la decencia. Ella
era hermosa, pero también era más que eso. La nariz respingada y la barbilla
alzada mostraban su carácter y su temperamento endiablado, pero sus labios
hablaban de su dulzura. Sabía que el corazón de Akane era generoso, y que ella
amaba con fuerza a los suyos, no por los tontos informes, sino por su tono al
hablar de su hermana y defenderla. Sabía también, que ella protegería su
corazón ante todo, y no lo entregaría nunca a un prometido impuesto.
La observó otro largo rato, maravillado por las sensaciones
que le provocaba, más allá del deseo y la lascivia, hasta que ella parpadeó
despertándose. Entonces la besó en los labios con ternura y la envolvió en la
bata. Se asombró de haber sucumbido a sus instintos con tanto desenfreno y
haberla tomado allí mismo en la alfombra. Ella merecía mucho más, o él deseaba
dárselo, más bien.
La tomó en brazos y la llevó a la alcoba. Ella lo dejó hacer
en silencio mientras la depositaba en la cama, y solo protestó cuando él quiso
marcharse para dejarla sola. Ranma la miró asombrado. Suponía que las mujeres,
sobre todo castas, preferían un momento en soledad después de aquellos actos,
pues eran más delicadas y sensibles, pero Akane no era como otras mujeres que
él hubiera podido conocer.
Lo cierto era que la deseaba de nuevo, pero más despacio,
quería saborear su piel y aprender cada parte de su cuerpo. Y así lo hizo. Se
metió bajo las mantas con ella y la besó despacio, descubriendo sus zonas más
sensitivas, demorándose con la lengua en sus pezones endurecidos y tentadores.
Le permitió deshacerle la trenza, y observó su sonrisa de triunfo al dejarlo
con el pelo suelto sobre los hombros. Entonces saboreó su piel, almibarada y
sedosa, y le hizo de nuevo el amor, hasta quedarse agotado y con su nombre en
los labios.
Antes de dormirse profundamente junto a ella, Ranma se dio
cuenta de que, por primera vez, se sentía satisfecho. Por lo menos, de momento.