marzo 23, 2022

 

La Esperanza






Estela Pena ama las flores. Trabaja cuidándolas con afán pues entre ellas encuentra su santuario, el único lugar en el mundo donde se siente segura y en paz. Muy distinto a cuando debe tratar con las personas, a las que considera molestas, maleducadas, entrometidas y ruidosas. Sin embargo, su frágil tranquilidad se verá trastocada cuando una llamada la obligue a volver a la ciudad de su infancia, para hacerse cargo de La Esperanza, una vieja y abandonada casona, el lugar al que una vez llamó hogar.

¿Pueden sus flores protegerla de los fantasmas de sus recuerdos, del dolor, la culpa y de ese desubicado profesor que no entiende lo que es una sencilla indirecta?

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Extracto

Me asomo al cuartito que se usaba de vestidor. Está como lo recuerdo, la puerta de este lado está abierta y puedo ver la que conduce a la que era mi habitación, también abierta. Tiene la cantidad de penumbra justa, no tiene ventana ni tragaluz, lo ilumina la claridad que viene de los dos cuartos, no es suficiente para ver en su totalidad todo lo que contiene la habitación, pero es lo bastante para que me haga recordar la utilidad que tenía para mí. Solo en el último tiempo. En realidad nunca tuvo un uso específico, solo estaba aquí, de paso.

Yo le di utilidad.

Me sentaba en el piso y apoyaba la espalda en la pared del fondo del armario, allí donde estaba el espacio para colgar varias perchas con ropa, pero que en realidad nunca se utilizó para eso. Allí me escondía del mundo por algunos minutos. A veces las lágrimas eran silenciosas y lentas. A veces era un llanto lleno de furia, con lágrimas calientes y ásperas. Siempre era un llanto doloroso. Siempre deseaba que fuera mentira.

Siempre me preguntaba dónde se escondían los demás para llorar. El rostro de Fátima estaba sereno e inmaculado, como el de un ángel, pero también sin expresión, pálido, estático. Me miraba y yo veía un poco a través de ella.

¿O los otros no lloraban?

Entonces, ¿cómo soportaban la presión? ¿Qué hacían para no deshacerse? ¿Cómo aguantaban el dolor? ¿Cómo hacían para que las horas no les clavaran cada uno de sus minutos como agujas, dando un dolor largo, puntiagudo y profundo?
¿Cuál era el secreto de ellos?


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